La familia: la gran empresa de la vida

Sin duda, hablar de familia no es tarea fácil, porque como las personas somos muy diferentes entre sí, lo mismo ocurre con las familias. Prácticamente todas las personas hemos crecido y forjado nuestro carácter en el seno de una familia. En mi caso, como persona consagrada, entiendo que una comunidad religiosa también puede ser considerada como una familia. Además, esta forma de vida nos permite acompañar espiritualmente a muchas personas que han apostado por formar un hogar y permite aprender de ellas continuamente.

 

Pero en esta reflexión, quisiera hablar más bien de cómo la familia puede ser vista como la gran empresa de nuestra vida. En este contexto, podemos entender la empresa con dos connotaciones: aquello que una persona emprende (actividad que requiere esfuerzo y premeditación) o una institución humana con un propósito (misión, visión y valores propios). Vamos a dejar de lado el concepto de empresa como organización que ofrece productos o servicios a cambio de beneficios económicos. 

 

Si pensamos en la empresa como algo de valor que requiere esfuerzo, podemos tener una primera imagen de nuestra familia como empresa. Podríamos hacer un paralelismo y decir que para empezar una empresa hay que soñarla, tener una idea -o incluso un ideal- acerca de ella. Difícilmente formaremos una familia con la que luego nos sintamos felices, si no la hemos soñado previamente. De hecho, deberíamos estar siempre soñándola, recreándola, perfeccionándola con nuestra mente, con nuestra fantasía, con nuestra oración. Es fundamental tener en cuenta que la familia tampoco se construye sobre la base de los sueños de una sola persona, sino más bien de dos personas, quienes deciden formarla. El mismo hecho de idearla juntos supone ya un gran reto que debe ser trabajado día a día y en cada decisión, conllevando muchas renuncias.

 

Y si una empresa requiere voluntad, qué duda cabe que realizar un sueño tan grande como la familia que deseamos, implicará toda nuestra vida. Por ello, no podemos permitirnos, a mitad de camino, empezar a dedicarle menos empeño, menos energía y menos espíritu de sacrificio a esta empresa en constante formación.

 

Si nuestra empresa ya está en marcha, podemos estar ante dos situaciones: que todo vaya bien según lo planificado; o que estemos en crisis y muchos de nuestros proyectos estén fracasando. Para que las crisis no sean tan profundas que puedan llegar a una ruptura, es necesario que las personas implicadas -sobre todo los fundadores de la familia (dígase el matrimonio)- tengan claras las prioridades y lo esencial de la empresa común. Y es ahí donde debemos acudir a la empresa entendida como organización de personas con un propósito. Es importante preguntarnos: ¿Cuál es el verdadero propósito de la familia? O, mejor dicho, ¿cuál es el verdadero propósito de nuestra familia?

Esta pregunta debería ayudarnos a encontrar el norte en momentos de dificultad. No debería ser el propósito último de una familia tener todos los medios económicos, nunca tener opiniones diferentes o saber perfectamente cómo actuar en cada circunstancia.

 

Las palabras pronunciadas durante los votos matrimoniales nos recuerdan que la entrega generosa, la fidelidad ante cualquier circunstancia, el amor y el respeto, son la base de esta empresa común que empieza con dos personas bajo la bendición divina. Por tanto, mantenerse firmes en estos puntos debería ser una prioridad en cualquier familia.

 

Pero estas palabras tampoco responden a la pregunta acerca de cuál es el verdadero propósito de nuestra familia. En el contexto de mi propia educación y creencias, yo diría que el verdadero propósito de la familia podría escribirse de la siguiente manera:

 

La familia es una comunidad de amor, inspirada en las Personas Divinas y en la Sagrada Familia, donde cada persona vela por el bien de los demás y desea, con total sinceridad, su felicidad por encima de la propia. Es un lugar donde las personas maduran, se fortalecen, cometen errores y son perdonados, para tener la fortaleza suficiente para acometer en el mundo la misión que Dios haya confiado a cada uno de sus miembros. Supone sacrificio y sufrimiento, pero también momentos de dicha profunda. Si Dios está presente en la familia, ésta cuenta con la gracia suficiente para superar cualquier adversidad, sin tener que renunciar al amor profesado. Las crisis en la familia son oportunidades para crecer, fortalecer el amor y comprender con mayor claridad los planes de Dios para cada uno y para la familia en general.

 

Siguiendo la reflexión desde una perspectiva creyente, diría que la familia tiene, por tanto, la finalidad de forjar personas preparadas para vivir en el mundo según la voluntad de Dios. Y si lo queremos ver desde una perspectiva general, podemos decir que es un laboratorio de la vida, donde nos entrenamos para los retos que afrontaremos fuera del núcleo familiar. Por ello, el hogar debería ser siempre un lugar seguro, de confianza y paz.

 

En este microclima familiar aprendemos a desarrollar estas habilidades humanas -tan valiosas en el mundo de las empresas- que serán puestas a prueba a lo largo de toda nuestra vida: el trabajo en equipo, la comunicación, la toma de decisiones, la resolución de conflictos, la gestión de recursos materiales y humanos, etc.  

 

La apertura a la vida, la crianza de los hijos y todas las acciones que la familia realiza en relación con el mundo (amistades, Iglesia, trabajo, etc.), son formas de contribuir eficazmente al reino de Dios, o dicho de otra manera, a construir un mundo mejor.

 

Por todo ello, la familia es realmente la gran empresa de la vida. Es cierto que podemos ofrecer nuestros talentos al mundo de muchas formas, pero si Dios nos concede el don de crear una familia, tendremos una oportunidad grandiosa de hacer que nuestro amor fructifique y perdure en este mundo, como prefiguración de lo que recibiremos en el mundo venidero. Como dice Cristo en la parábola de los talentos, que al que tenía cinco talentos, le entrega cinco ciudades.

 

Veamos el ejemplo de Cristo: Su empresa era la instauración del reino de Dios, éste era su gran propósito vital. Sin embargo, para lograrlo, tuvo una familia donde creció y a la que se sometió durante los primeros años de su vida. Después de esto, se desprendió de este primer núcleo para formar una comunidad con sus discípulos. En esta nueva familia, él compartía todo lo más sagrado para Él. Gracias a esta comunidad, pudo cumplir su misión y ayudar a los suyos a cumplir la propia. Es una combinación entre saber estar en el mundo y no dejar de cuidar de los suyos. Aunque tuviera que salvar a toda la humanidad, Cristo nunca dejo de cuidar de cada uno de sus discípulos: los que el Padre le había confiado.

Hagamos, por tanto, esta reflexión. Que cada uno haga el ejercicio y piense cuál es el verdadero propósito de su familia, que describe también la misión, visión y valores de esta gran empresa.

Cristina Díaz de la Cruz

Doctora en Economía y Empresa por la Universidad Pontificia Comillas e Ingeniera Industrial Superior con mención en Organización Industrial por la Universidad de Zaragoza (España). Cursó un Máster en Negocio Energético por el Club Español de la Energía. En la actualidad, es Directora General de Misiones Universitarias, UTPL. 

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