La familia, un lugar privilegiado para educar la emoción

La familia es la célula más importante de la sociedad, lugar donde cada miembro recibe protección, alimento, amor y cuidado, brindándole una educación basada en valores, costumbres y tradiciones que nos permiten vivir en grupos sociales, de forma tal, que, cuando uno de sus miembros sale de este núcleo para enfrentar la vida social (escolaridad) puede ser capaz de hacerlo mediante el apoyo y motivación de su grupo afectivo. Los padres acompañan a los niños a descubrir su propia personalidad, a interiorizar quienes son y que buscan en la vida; a desarrollarse y perfeccionarse mediante la educación y finalmente, a alcanzar sus metas profesionales y de vocación. La familia deja sentadas las bases que nos permiten autorrealizarnos y volver a formar un nuevo núcleo familiar.

 

Pese a la gran diversidad de modelos familiares, todos llegan a compartir determinados valores: velar por el bienestar de cada uno de sus miembros, afectividad familiar, libertad, vínculos, solidaridad, respeto, honestidad, disciplina y búsqueda de la felicidad; esto hace que cada integrante crezca en todas las dimensiones.

Aguirre comenta que la familia, al igual que la sociedad, cambian de características a lo largo del tiempo. Las familias del siglo pasado estaban conformadas por muchos miembros y tenían la característica especial de velar unos por otros, las familias de la actualidad son cada vez más pequeñas y con multiplicidad de modelos familiares. Cambian las formas de relación, pero aún se mantiene el interés y cercanía de sus miembros. Es un hecho que cada vez las parejas, por motivos económicos, tienden a la tardía y poca procreación; el tiempo de compartir es más escaso por las jornadas laborales, los divorcios o separaciones se muestran en mayores porcentajes, y la estabilidad emocional de padres e hijos se ve afectada por las situaciones intrafamiliares.

 

Hoy más que nunca es necesario un conocimiento y desarrollo de estrategias de manejo emocional activo en la vida intrafamiliar, conocer y practicar la cohesión y adaptabilidad familiar es vital para medir el vínculo emocional que la familia tiene entre sí y la flexibilidad de la misma mediante su capacidad de cambio en situaciones nuevas o adversas (Brioso,2002).

 

Baena Paz, G. (2005), afirma que en muchas ocasiones repetimos patrones de manera inconsciente afectando a nuestras relaciones y vida diaria; una buena educación emocional inicia con un autoconocimiento, tomando conciencia clara de aquello que nos gusta de manera personal y de aquello que, aunque lo hayamos vivenciado en las familias base, no compartimos y queremos erradicar. Todas aquellas creencias, sentimientos o comportamientos que no queremos repetir, ameritan un gran trabajo de desecho, modificación y cambio interior, de esta forma volvemos a nacer con una capacidad liberada de prejuicios y aceptamos los nuevos retos de formación en una generación diferente.

Un ejemplo de esta afirmación es haber sentido ausencia de amor en la niñez por parte de los padres, si esto no es reconocido y trabajado, cuanto el adulto llega a tener hijos, puede tener conductas sobreprotectoras que forman niños vulnerables. De la misma manera, cuando se cree que la inteligencia es el valor mayor (porque así lo trabajaron en su niñez) se corre el riesgo de presionar a los hijos sin tener en cuenta las capacidades reales que estos llegan a tener, provocando así, momentos de frustración, poca aceptación personal y rechazo al aprendizaje.

 

La forma más plena de educar es revisar como padre y madre los propios deseos y motivaciones, reconocer que también nosotros fuimos niños y todo lo que vivimos nos afectó para bien o para mal. En este momento de la vida es imperante realizar las siguientes preguntas y reflexionar: ¿Cuáles son los valores con los que queremos vivir como familia y transmitir a nuestros hijos? ¿Qué ejemplo les quiero brindar con mi comportamiento personal? ¿Cuáles son los puntos fuertes de nosotros como padres para poder potenciarlos? ¿Cuáles son los puntos débiles de nosotros como padres para modificarlos?

 

Es importante saber que no estamos solos en esta tarea de transmitir un legado emocional, podemos contar con aquellos que nos rodean, pues son los que perciben, además, nuestras reacciones inconscientes y nos pueden ayudar a identificar y cambiar; la humildad para aceptarlo es un valor transversal para el cambio y la modificación personal, recurrir a la pareja, amigos y familiares puede ser de gran ayuda en este proceso, por qué no también, a una persona especializada que nos ayude a programar nuestro cambio pues siempre tenemos la oportunidad de seguir creciendo.

Matamoros (2015), recalca que la sociedad actual no conoce la importancia de la familia en el desarrollo cognitivo, social, físico, emocional y de toda índole, durante los primeros años de vida. El rol que tiene la familia y la interacción con cada uno de sus miembros determina el desarrollo afectivo y de valores del infante, se espera de manera confiada y activa que todos los padres creen ambientes propicios para potenciar el crecimiento sano y equilibrado y feliz en las edades tempranas.

 

Ahora bien, no solo las edades tempranas (las más moldeables) necesitan ambientes sanos para un desarrollo equilibrado, siendo la familia el centro de una sociedad cuyo principal proceso de socialización es establecer normas, valores y reglas de convivencia, necesita un trabajo arduo en todas las edades y procesos; este trabajo muchas veces es interrumpido por el modelo económico que rige una sociedad, es así que los padres o madres de familia, y en la mayoría de casos los dos, tienen que trabajar para cubrir las necesidades de sus hijos y descuidan así la base de la formación de la personalidad: el Factor Emocional (Benites, 1998).

 

La familia, por tanto, también puede ser un factor de riesgo o debilidad para la aparición de problemas psicosociales, educativos e interpersonales en edades tempranas, medias y juveniles; sobre todo, puede desarrollar problemas emocionales si es una familia desintegrada, en crisis o con clima intrafamiliar disfuncional (Benites, 1998).

 

La adaptabilidad familiar es una habilidad, primero, conyugal, y luego familiar que potencia las relaciones internas y logra características emocionales positivas en sus miembros, posibilitando cambios en su flexibilidad y servicio a los demás, modificando reglas cuando es posible y dando pronta respuesta al estrés de las situaciones familiares; es en general, un desarrollo de liderazgo intrafamiliar, disciplina, asertividad, empatía y amor entre sus miembros. Por otra parte, la cohesión familiar determina cuanta unidad y apoyo hay entre los miembros de una familia, mide el vínculo afectivo que puede existir entre padres e hijos y viceversa, evaluando su manejo de límites, respeto de tiempo, espacio, amigos, decisiones, intereses y sobre todo es un apoyo auténtico que no busca recompensa y su fin último es la unidad (Brioso,2002).

 

Ibarrola (2014), manifiesta que a los hijos: “Conviene transmitirles empatía con sus sentimientos, y a partir de ahí enseñarle a controlar sus emociones, para poder desarrollar un mundo emocional más equilibrado“. Tanto la adaptabilidad como la cohesión son dos herramientas claves para fortalecer la educación emocional en un lugar privilegiado como es el claustro familiar; son los padres los encargados de plasmar un legado positivo que permita a sus hijos repetir actitudes buenas que observaron durante su formación y que son las que les permitirán expresar y controlas sus propias emociones.

 

Amapola Matute P.

Profesional en Atención Psicológica Externa y manejo en Logoterapia. Master en Desarrollo Cognitivo, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (TEC de Monterrey, México).

polisanzm@gmail.com