Bullying ¿Cómo afrontarlo en familia?

Las conductas de acoso escolar no son nuevas como lo señala la literatura, ya en la década de los años 70 se hablaba en Noruega de formas de hostigamiento, agresión física y psicológica en centros educativos y, es Dan Olweus quien emplea por primera vez éste término para referirse a conductas de cohesión, intimidación, acoso, deprecio que se realiza de manera sistemática, intencional, hacia niños o adolescentes en los escenarios educativos. Es también el inicio de visibilizar las consecuencias de esta conducta en la vida de quienes lo experimentan.

 

El bullying se ha convertido en un fenómeno en ascenso en las escuelas de América Latina, convirtiéndola en una de las regiones con mayor nivel de acoso escolar, donde aproximadamente el 51% de niños han sido víctimas.

 

Según Trávez García y Vaca Rengifo, Ecuador se encuentra en los primeros lugares de esta incidencia (2014, citado en Galarza y Martínez, 2018). Para el 2015, uno de cada 5 estudiantes entre 11 y 18 años ha sido víctima de acoso escolar UNICEF (2017).

Es así que encontramos a preescolares que se rehúsan a ir a la escuela porque han sido golpeados, aislados, intimidados por sus compañeros; adolescentes que manifiestan bajo rendimiento escolar, ansiedad, temor, y si la conducta de agresión, intimidación o desprecio se mantiene y la víctima no puede cambiarlo, puede llegar incluso al intento de suicidio.  

¿Cómo podemos definir al bullying? Aquí algunas ideas:

 

  • Para Rosario Ortega (2005), el bullying es un fenómeno de violencia interpersonal injustificada que ejerce una persona o grupo contra sus semejantes y que tiene efectos de victimización en quien lo recibe. Se trata estructuralmente de un abuso de poder entre iguales.
  • Para Áviles, J. et.al (2011), la naturaleza del fenómeno del “maltrato entre iguales”, también conocido a nivel internacional como “bullying”, hace referencia al establecimiento y mantenimiento de relaciones desequilibradas de poder entre sujetos que conviven en contextos compartidos del entorno escolar, durante espacios de tiempo prolongados, en las que se establecen dinámicas de dominación y sumisión que desembocan en agresiones de quienes ejercen el poder de forma abusiva hacia quienes son sometidos al papel de blancos o víctimas de esos abusos (Avilés, 2006a; Olweus, 1978, 1998; Ortega 1992).
  • Dan Olweus (1983), el bullying se define como “Un alumno es agredido o se convierte en víctima cuando está expuesto, de forma repetida y durante un tiempo a acciones negativas que lleva a cabo otro alumno o varios de ellos.”
  • RAE (2022), comportamiento contrario a la identidad del alumno en relación con su raza, color, nacionalidad, minusvalía, religión, orientación sexual o cualquier otra circunstancia.

Desde estas concepciones teóricas podemos entender que el bullying está enmarcado en el espectro de conductas violentas, de carácter físico y psicológico, en la que la víctima experimenta un gran sufrimiento humano.

También se dan casos de acoso de tipo racista que se suelen centrar en minorías étnicas, culturales o acoso sexual que hacen que la víctima se sienta incómoda o humillada.  

José Sanmartín (2004), establece ciertas características en los actores de este fenómeno social. Los agresores y las víctimas se caracterizan por:

El agresor

  • Tiene una acentuada tendencia a la violencia.
  • Es impulsivo, con escasas habilidades sociales, baja tolerancia a la frustración, dificultad para cumplir normas, relaciones negativas con los adultos y bajo rendimiento; problemas que se incrementan con la edad.

La víctima típica o víctima pasiva:

  • Sufrir una situación social de aislamiento (con frecuencia no tiene ni un solo amigo entre los compañeros).
  • Tener una conducta muy pasiva; miedo ante la violencia; alta ansiedad (a veces incluso miedo al contacto físico y a la actividad deportiva) inseguridad y baja autoestima; y manifestar su vulnerabilidad (incapacidad de defenderse ante la intimidación).

La víctima activa:

  • Una situación social de aislamiento y fuerte impopularidad, que hace que incluso se encuentren entre los alumnos más rechazados por sus compañeros (más que los agresores y las víctimas pasivas). Ésta situación podría estar en el origen de su selección como víctimas.

Los factores de riesgo que incrementan en el agresor la perpetuación de su conducta están relacionado con rasgos de:

  • Egocentrismo, dificultad en la resolución de problemas, impulsividad marcada, falta de introspección y empatía, consumo de alcohol, a nivel familiar puede vivir en un ambiente en el que también experimenta violencia y su forma de desquitar su sufrimiento es causando sufrimiento a otros, como respuesta de su realidad.  
 

La víctima presenta también un perfil que va desde:

  • Falta de autoestima, timidez, desconfianza personal, hiperprotección, falta de comunicación familiar, por lo tanto, lo experimenta solo, y la información llega a conocimientos de sus padres o autoridades cuando la conducta está muy prevalecida, lo ha vivido por algún tiempo y generalmente ya existe afectación psicológica.

Los actores pasivos están inmersos en este círculo, con la ley del silencio, la aceptación de la conducta y la normalización  en los espacios escolares, lo que perpetúa y naturaliza el fenómeno.

 

Desde esta perspectiva las funciones inherentes a la familia son de protección y cuidado, así como el reconocimiento de las necesidades emocionales de los miembros de la familia. Al respecto Linares (2012), manifiesta que  “desde una perspectiva sistémica y relacional, la salud mental de los miembros de una familia está relacionada con las circunstancias que tiene y padece la familia”, por tanto podemos, desde ésta afirmación, aquilatar la importancia de la intervención de los padres en momentos de sufrimiento y dolor, iniciando con el reconocimiento de sus sentimientos, incluso, de aquello que no se  dicen, y que ésta relacionado con situaciones de dolor causadas por su convivencia escolar.

¿Qué hacer desde la familia?

En la familia los lazos amorosos forjan el tejido que la mantiene segura, sólida y unida. La familia se convierte en refugio y protección, desde esta consideración los padres pueden contener a sus hijos utilizando la escucha activa, empatía y respeto a las emociones, promoviendo en los hijos herramientas que permitan afrontar la situación que están viviendo y entrelazando juntos estrategias para aliviar el dolor, que conjuntamente con las políticas de los centros educativos para detener estas situaciones, permitirán al menor transitar estos dolorosos y difíciles momentos.

 

Los niños propensos sistemáticamente a situaciones de abuso escolar experimentan una serie de sensaciones y sentimientos que, en dependencia de sus características individuales, nivel de apoyo familiar e interpretación de la vivencia, pueden ir desde la ansiedad, angustia, tristeza, frustración, depresión, y en situaciones muy graves, incluso, como lo dicen las estadísticas, los pueden llevar al suicidio. 

 

El bullying es un fenómeno social, las variables para intervenir son muchas, no solamente desde los programas educativos de prevención de conductas violentas, apoyo psicológico a víctimas y agresores, apoyo comunitario, sensibilización social, sino una mirada colectiva tendiente a erradicar este fenómeno, cada cual desde su rol y posibilidad  de actuación formamos parte en la promoción de convivencias armónicas y pacificas en todos los ámbitos  de la vida. Sin embargo, la familia cumple un rol fundamental de contención. Desde ésta dinámica de entender a la familia como lugar de refugio y protección podemos contener, cobijar, acompañar desde el rol de padres.

Si bien no existen soluciones mágicas para atravesar las circunstancias de la vida, existen herramientas que permiten a los padres conectarse con la vivencia de sus hijos:

 

Con las consideraciones anteriores podemos enmarcar al bullying o acoso escolares como  una problemática social, que se utiliza para describir distintos tipos de comportamientos violentos como aislar, intimidar, insultar, agredir físicamente, ofender, ridiculizar, menospreciar, y que atañe significativamente a las instituciones escolares de todo el mundo y en nuestra sociedad se ha convertido en un problema real y complejo, que afecta a cientos de niños y familias que sufren las consecuencias de dicha forma de violencia.

 

Así el dolor y sufrimientos que experimentan los niños en escenarios escolares serán atenuado en su sentir, tendrá en su familia la fortaleza para soportar la adversidad, y como lo indican conceptos relacionados con la resiliencia, no sólo podrá afrontar situaciones difíciles, sino que se fortalecerá de las mismas.

Anabel Elisa Larriva Borrero

Licenciada en Psicológica, Doctora en Ciencias de la Educación, Magister en Terapia Familiar, Magister en Salud Mental, Terapeuta Integrativa, Terapeuta Estratégica Breve. 

anabel.larriva@unl.edu.ec