Ser Novios: ¿Sólo para Valientes?

La familia es una realidad humana que se construye día a día y se constituye en base a un itinerario previo esencial, el noviazgo como etapa de vida previa al matrimonio. El tema del noviazgo integra la catequesis de la familia, de allí el compromiso cristiano de inculcar relaciones constructivas y sólidas, capaces de engendrar núcleos familiares estables. El presente artículo intenta revalorizar el noviazgo católico de manera profunda y descriptiva, bajo un recorrido distintivo en cuatro etapas diferenciadas, que permita alertar a los jóvenes la distinción existente entre ser novios y ser esposos para construir un proyecto de vida común enmarcado en el matrimonio elevado a la condición de Sacramento.

 

La familia es sin lugar a dudas esencial y transversal, por ser lugar primario de humanización de toda persona y sociedad (Pontificio Consejo de Justicia y Paz, 2006). En cuanto a la persona, es allí donde nace, crece, desarrolla sus potencialidades y adquiere conciencia de la propia dignidad. Además, ésta la prepara para afrontar un destino de vida, que será único e irrepetible. Respecto de su importancia social, lo sostuvo San Juan Pablo II, cuando afirmó la imposibilidad de pretender una nación mejor de las familias que la componen (Juan Pablo II, 1981).

 

Asimismo, la familia es una realidad humana. Se construye paulatinamente y se constituye en base a un itinerario previo esencial: el noviazgo que da lugar al matrimonio (Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, 2022). De allí, la prudencia de advertir la importancia del tema que nos ocupa, pues integra la catequesis de la familia.

 

Los tiempos actuales nos interpelan. Como miembros de familias, debemos ser escuela de relaciones constructivas y sólidas; asumiendo el compromiso de inculcar noviazgos capaces de engendrar núcleos familiares unidos aquí en la tierra y para la eternidad (Francisco, 2014).

 

Por lo tanto, corresponde esclarecer un primer interrogante, ¿cómo definir el noviazgo?

El mismo se concibe como la relación entre un varón y una mujer que se eligen mutuamente. Ahora bien, esta propuesta refiere sobre el noviazgo católico; pues dicha cualidad conlleva dentro de sí, ineludiblemente, la virtud de la Fe. Se trata de comprender al noviazgo como un querer de Dios que nos ha pensado juntos y no mera historia casual (Francisco, 2014).

 

¿Qué ocurre en los jóvenes? Me atrevería a afirmar que la expresión “novio” y “novia” se viene perdiendo. Carece de uso corriente, incluso escasea en sus pensamientos e intenciones. Pareciera imprescindible asumir la responsabilidad de formarnos en el tema, destacando que no es lo mismo ser novios que ser esposos. De hecho, la Iglesia marca muy bien la diferencia en tal sentido (Francisco, 2015).

 

Debemos revalorizar el noviazgo y comprenderlo en sus distintas etapas, las que debieran transitarse y no ciertamente “quemarse” (Francisco, 2014). Ellas suelen suceder naturalmente, de manera gradual y lógica, aunque nada impide racionalizarlas para comprender mejor y mantener una apertura al diálogo con la juventud, siempre que se encuentran ante cierta edad como para poder experimentarlo. Ante una sociedad de consumo que nos impulsa a actuar ligeramente, corresponde recalcar el noviazgo como etapa de vida, que llama a ejercer conciencia bajo la esperanza y existencia del para siempre (Francisco, 2014).

 

De esta manera, suelo dividir el noviazgo en cuatro etapas: 1ro) Un espacio de aprendizaje; 2 do) Un tiempo para crecer; 3ro) Un camino para discernir; 4to.) Una decisión al matrimonio.

 

El noviazgo es un espacio de aprendizaje

Todo comienza cuando una persona del sexo opuesto nos atrae físicamente y buscamos un acercamiento paulatino para descubrir al otro (Francisco, 2015). Se trata de una atracción que implica una fuerza interior y nos impulsa distinguir una persona por sobre las demás. Nos interesa poder entrar en su mundo, en virtud de las características especiales y singulares que la definen por lo que es.

 

Asimilamos el noviazgo con la noción de espacio, pues se trata de momentos rodeados de ilusión y alegría, que inician compartiendo juntos en diferentes lugares y momentos que lentamente revelan nuestra manera de ser con el otro.

 

Conforme el diccionario de la real academia española, el vocablo espacio cuenta con varias acepciones y conceptos. No obstante, en aplicación directa al tema que nos ocupa, adoptamos su asociación con la idea de distancia e intervalo.

Se trata de un conocimiento mutuo de tipo gradual que inicia en la apreciación física. Así, en la mirada, puedo advertir que me encantan sus ojos. La manera de hablar y esa conversación amena que logramos entablar. Nos derrite su sonrisa, palpita el corazón y nos ilusiona el encuentro. Citarnos en un lugar determinado. Sentarnos en el banco de una plaza. Apreciar las palomas volar, entre otras ocasiones.

 

Valorando en los jóvenes, creería que más de un pequeño gesto descripto se ha extinguido. Es que una relación se construye de lugares y momentos compartidos.

De ahí, que el noviazgo sea espacio de aprendizaje, aunque no del conocimiento técnico. Se trata de un conocimiento humano, ante la posibilidad de transitar una experiencia compartida que incluye, además, el proceso y resultado.

Es el espacio de aprendizaje ente el Tú y el Yo, que posibilita un NOSOTROS (Pontificio Consejo de Justicia y Paz, 2006). Se trata del romanticismo incipiente y elemental, que por mis épocas se identificaba bajo la expresión estamos saliendo, nos estamos conociendo; y en su espacialidad incluye la inquietud compartida ascendente: ¿Nos ponemos de novios?

 

El Noviazgo es un Tiempo para Crecer

El tiempo supera la noción de espacio y remite a la idea de continuidad. Pasar el tiempo juntos de manera estable, conlleva necesariamente a una relación de mayor significancia. Es importante asociar el vocablo crecer a las enseñanzas bíblicas, dado que el crecimiento es inherente a la vida misma de todo creyente, porque posee en germen el potencial de vida que Cristo pudo trasmitir: el amor y la entrega incondicional por el otro.

 

El noviazgo es ese tiempo para crecer en el amor, siempre que identifiquemos a quien nos acompaña como persona, superando la parcialidad externa, propia de la etapa recientemente comentada.

 

No se trata únicamente de sentimientos y emociones; por otra parte, tampoco sería posible asignar a éstos el valor crucial que el mundo hoy les impone. Con el tiempo entra en juego toda la personalidad de los novios; es decir, su voluntad, afectividad y espiritualidad en pos de la construcción de un recorrido común, siendo imposible mantener una máscara de por vida.

 

El suceder juntos, temporalmente, nos irá develando tal cual somos. Aparecen los primeros desengaños, como resultado común de la rutina propia del ser novios. Es prudente reconocer e identificar éstos, para evaluar nuestra capacidad de superar las dificultades comunes de una relación cotidiana conjunta. Un proyecto común se abre paso entre los dos y adquiere características propias que evidenciarán posteriormente en el matrimonio: el compromiso de fidelidad y exclusividad, por el cual se valoran virtudes y se corrigen defectos, debilidades, sin renunciar a la propia personalidad para alcanzar la complementariedad (Pontificio Consejo de Justicia y Paz, 2006).

El matrimonio es una complementariedad entre el varón y la mujer que se fundamenta en el amor. Francisco supo afirmar que éste no es solo un estado psicofísico, sino el producto de una relación que se construye para vivir juntos (Francisco, 2014).   

 

Compartir un mundo en común nos transforma en compañeros, amigos y sostén de una persona que es única para cada quien, e inclusive, para Dios por ser su imagen y semejanza. El amor de Dios es estable y eterno. La familia nace de un proyecto de amor que también quisiéramos fuera perpetua, como la incondicionalidad de quien nos ha creado.

 

El noviazgo es un camino para discernir

El camino supera el espacio y el tiempo, por tratarse del recorrido del paso a paso ante la senda que escogemos transitar ambos. Discernir implica distinguir y reconocer circunstancias y elementos diversos que suceden en el camino, tanto respecto de uno mismo como de quien se encuentra a nuestro lado. Ello nos permitirá visualizar, si aquello que estamos construyendo, constituye ante todo un proyecto común.

 

Discernir implica distinguir y reconocer circunstancias y elementos diversos que suceden en el camino, tanto respecto de uno mismo como de quien se encuentra a nuestro lado. Ello nos permitirá visualizar, si aquello que estamos construyendo, constituye ante todo un proyecto común. El noviazgo es una relación partícipe y compartida que va en profundidad (Francisco, 2015). Debemos, entonces, cuestionarnos en conciencia nuestra relación. Esta es la etapa de las preguntas por excelencia, para plantearnos sobre aquellos aspectos que la iluminan u obscurecen.

 

Surge la conveniencia de identificar situaciones concretas que representen actitudes de quien nos acompaña y por la cual se define una relación de novios en particular.

 

A continuación, algunos ejemplos de planteos personales:

 

  1. a) ¿Responde a un ideal o puedo identificarlo como verdadera persona, con debilidades y fortalezas?; ¿qué opina respecto de la familia?; ¿cómo considera al trabajo?; ¿de qué manera se comporta en relación a los demás?
  2. b) ¿Me acerca o me aleja de Dios?; ¿comparte conmigo momentos de espiritualidad?; ¿vamos a Misa juntos?; ¿recibe la Eucaristía?; ¿Dios está presente en su vida?
  3. c) ¿Nos encerramos en nosotros mismos?; ¿cultivamos lazos y amistades frecuentes?; ¿el entorno nos fortalece en valores?.
  4. d) ¿Tenemos capacidad de perdón mutuo?; ¿en qué consisten nuestras crisis?; ¿Cuál es su grado de gravedad?; ¿sobre qué temas versan nuestras discusiones?.
  5. e) ¿Cuál es nuestra relación con la familia ampliada?;¿de qué manera nos reciben en su casa?; ¿entablamos relación cercana con ellos?;.¿sus costumbres son similares a las nuestras?.
  6. f) ¿Nos tenemos plena confianza?; ¿podemos conversar abiertamente?; ¿somos crecimiento el uno para el otro?
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Los planteos son esenciales. Un amor honesto suele ser impulso para la mejor versión del otro; más no un intento de su transformación en quien nunca llegará a ser. De allí, advertir sobre el sentido del discernimiento y sus implicancias, ante la certeza de que el noviazgo es un discernimiento para el matrimonio.

 

El noviazgo es una decisión al matrimonio

Atravesando todo este recorrido que incluye el espacio y el aprendizaje, el tiempo y el crecimiento, valdría cuestionarse: ¿nos casamos? Se trata de una decisión que conduce directamente a la acción concreta. Cabe considerar que toda decisión encierra también, un propósito que involucra a la inteligencia, la voluntad, la libertad y la responsabilidad.

 

Ahora bien, un noviazgo sin virtud imposibilita un matrimonio santo. Y es aquí donde quisiera traer a colación el tema de la castidad; porque el noviazgo católico es noviazgo casto. La castidad, como toda virtud, es un hábito operativo que persigue el verdadero bien del otro.

 

Entonces, ¿podemos esperar? Un noviazgo sincero es aquel que conquista el corazón y el espíritu (Papa Francisco, 2014). El respeto hacia el otro, el amor delicado y la ternura, significa que cada uno de esos novios merece un amor para toda la vida. De forma tal, que si no fuera con nosotros posibilitar lo sea con otra persona.

 

En definitiva, es en el matrimonio elevado a la condición de sacramento donde aguarda lo mejor para cada uno. El matrimonio nos lleva a la unidad indisoluble de materia y espíritu, que Dios quiso por ser don de la persona en su totalidad (Pontificio Consejo de Justicia y Paz, 2006). La virtud de la castidad que implica esperarnos en lo más importante y sagrado, es también socorro en futuras situaciones matrimoniales difíciles. Únicos ahora, únicos en la eternidad.  Una elección de vida que supone respuesta hacia una opción definitiva, donde al parecer estaríamos listos para asumir una nueva realidad.

 

El momento en que debe ocurrir el matrimonio, corresponderá a la valoración de cada pareja de novios. Ellos lo percibirán en sus corazones.

 

Sin embargo, me atrevo compartir tres indicios para tener en cuenta:

 

1.- Cuando los novios pueden mirarse no solamente a los ojos, sino al alma de cada quien.

 

2.- Cuando compartiendo espacios en lugares y momentos y transcurriendo el tiempo, éste se vuelve corto pues necesito más del otro.

 

3.- Cuando sentimos la llamada de Dios que nos habilita a unirnos en eternidad.

 

Así llegaremos a experimentar lo que el Papa Francisco denominó un matrimonio de modo cristiano no mundano (Francisco, 2014).  

 

Para finalizar, quisiera traer ciertos párrafos de una canción de amor, que estimo resume lo hasta aquí expuesto:

 

Cuando me miras así,

completo estoy.

Cuando me miras así,

sé quién soy.

En ti puedo ver la libertad.

Tú me haces sentir que puedo volar.

Sé que aquí, es mi lugar.

Sé que a Ti, yo quiero amar (Castro, C. 1997)

María Pía Moreno Fleming

Directora del Instituto de la Familia y la Vida “Juan Pablo II” UCASAL. Abogada por la Universidad Católica de Salta, año 2002. Master en Doctrina Social de la Iglesia por la Universidad Pontificia de Salamanca, año 2016. Especialista en Abogacía del Estado por la Universidad Católica de Salta, año 2021. Doctorando en Educación Superior Universitaria por la Universidad Austral, Universidad Nacional de Río Negro y Universidad Abierta Interamericana. Docente de grado en las materias Doctrina Social de la Iglesia y Derecho Administrativo. Investigadora UCASAL.

mmoreno@ucasal.edu.ar