Sembrando Paz en Casa

 El rol de la familia en la construcción de una sociedad pacífica

En 1996 Jacques Delors lideró junto a un grupo de científicos un trabajo enfocado en reflexionar sobre la educación en el siglo XXI. Este relevante esfuerzo consolidó varias ideas acerca de la importancia de la familia, la escuela, y la sociedad como agentes transformadores destacando el potencial de la educación.

 

La educación tiene la responsabilidad de capacitar a cada individuo, sin excepción, para desarrollar plenamente sus talentos y alcanzar su máximo potencial creativo, incluyendo la toma de responsabilidad sobre sus propias vidas y la realización de sus metas personales. El principal aporte de este trabajo se centra en la identificación de cuatro aprendizajes fundamentales, que serán los pilares del conocimiento a lo largo de la vida de cada persona, y que podrían considerarse también en los cuatro ejes para la construcción de la paz:

 

  1. Aprender a conocer: Adquirir las herramientas necesarias para comprender el mundo.
  2. Aprender a hacer: Desarrollar la capacidad de actuar sobre el entorno.
  3. Aprender a vivir juntos: Participar y cooperar con otros en todas las actividades humanas.
  4. Aprender a ser: Avanzar en un proceso esencial que engloba los tres aprendizajes anteriores

 

El momento que vivimos como sociedad nos invita a reflexionar profundamente sobre qué y cómo enseñar, entendiendo y reconociendo que la educación para la convivencia es uno de los objetivos primordiales de la acción educativa. Para aprender a convivir, ante todo, es necesario desarrollar la capacidad de afrontar los conflictos de forma constructiva, entendiendo que la gestión pacífica no solo es una estrategia, sino también una valiosa enseñanza y un proceso continuo de aprendizaje.

 

Una sociedad verdaderamente democrática requiere ciudadanos formados en el diálogo, la empatía y la resolución de conflictos. Por esto, es fundamental promover estrategias pedagógicas que fortalezcan la prevención y la intervención no violenta, priorizando siempre el entendimiento mutuo y la justicia.

 

En este contexto, el ámbito familiar adquiere una relevancia singular, al constituirse como el primer espacio en el que se cultivan y practican los valores esenciales para la paz: el respeto, la solidaridad, la cooperación y la tolerancia. La paz se construye desde esta convivencia en el ámbito familiar y reviste de especial importancia, pues es el espacio idóneo para el aprendizaje y práctica de valores relacionados con la paz.

 

Finalmente, es pertinente recordar que la Declaración sobre una Cultura de Paz emitida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 1999) en su Art. 8, reconoce el rol clave en la promoción de la cultura de paz de: los padres, maestros, políticos, periodistas, grupos y cuerpos religiosos, intelectuales, aquellos comprometidos en actividades científicas, filosóficas, artísticas y creativas, trabajadores de la salud y humanitarios, trabajadores sociales, gerentes de varios niveles así como las organizaciones no gubernamentales.  Aunque la declaración es bastante amplia, es de destacar y entender que se declara a los padres y madres de familia como los primeros responsables en la promoción de una cultura de paz.

  • La familia primera escuela de paz

 

Con lo antes expuesto, podemos afirmar que la construcción de una sociedad pacífica comienza en el seno de la familia. La familia constituye la primera instancia de socialización del individuo. En ella se transmiten normas, valores, creencias y comportamientos que modelan la forma en que los seres humanos interactúan con los demás y resuelven sus conflictos (Ortega, 2003). En familia se aprenden – o no- las bases de la convivencia, valores que permiten el respeto al otro, gestionar las emociones e insistimos: en la resolución no violenta de los conflictos. La manera en que se resuelven los conflictos dentro de la familia afecta profundamente su desarrollo emocional y su percepción de la violencia como medio o no de solución de los conflictos (UNICEF, 2020). Desde la familia, enseñamos como los conflictos son inherentes a la convivencia y estos se darán en todos los ámbitos de la vida de un ser humano: familiares, educativos, laborales y comunitarios.  Por ende, el espacio familiar debe generar estrategias para abordar educativamente el conflicto, no sólo por los conocimientos, sino porque este espacio es vital para ir moldeando actitudes, valores y comportamientos de nuestros hijos e hijas con relación a la construcción de la paz.

 

En esta línea, la percepción que se enseña desde el hogar con relación a la violencia, es fundamental para la actuación del individuo en sociedad.  Si en un espacio familiar se normaliza el grito, la humillación, el control físico, como mecanismos “educativos” o formas de lidiar con los conflictos, se instaura un modelo que hace que el individuo replique el mismo en sus espacios de socialización, sea escuela, colegio, trabajo, comunidad y por supuesto, tiene una influencia muy importante en sus relaciones personales, de pareja y en su vida pública incluso. 

 

La violencia, por tanto, en sus diversas manifestaciones, se aprende en gran medida por imitación y se transmite a través de las interacciones humanas entre los individuos, grupos o inclusive naciones. En la infancia, este proceso es particularmente evidente por cuanto el ser humano es altamente receptivo de los estímulos del entorno. Por su gran capacidad sensorial y su apertura al aprendizaje, tiende a imitar las conductas que observa, lo cual convierte sus primeros años de vida en un período crítico para la adquisición de patrones de comportamiento (Bandura, 1977). El autor Albert Bandura, en su Teoría del Aprendizaje Social, afirma que, si los niños son expuestos a conductas violentas de manera constante, inicialmente lo rechazan, sin embargo, en procesos de exposición prolongada y repetitiva, constituyen un vehículo ideal para la normalización de las mismas.

 

Por ello, la prevención de la violencia comienza mucho antes de los tribunales o de las leyes: inicia con un cambio de paradigma en la crianza, en la escucha activa, y en el respeto a las diferencias. La Organización Mundial de la Salud advierte sobre como los entornos familiares violentos constituyen factores de riesgo para múltiples formas de violencia interpersonal y social en la adultez (OMS, 2021).

 

Johan Galtung, pionero en los estudios de la paz, afirmaba que la paz no es solo la ausencia de violencia directa, sino también la eliminación de violencias estructurales y culturales que se perpetúan, muchas veces, desde la cotidianidad del hogar (Galtung, 1990).   Adicionalmente, cuando pensamos en la prevención de violencia no podemos hacerlo desde la comodidad o ante el surgimiento de la misma, la prevención comienza mucho antes de que existan estallidos de violencia, muertes, noticias rojas o en general las manifestaciones físicas de la violencia; inicia con un cambio de paradigma en la crianza, en la escucha activa, y en el respeto a las diferencias. Resulta por lo tanto imprescindible analizar las formas tradicionales de crianza, formas de comunicación y resolución de conflictos en el interior de las familias.

Pautas para sembrar paz desde la familia

 

Desde la investigación para la paz, se intenta analizar la importancia de entender el conflicto, no solo dentro de esta visión tradicional desde aspectos negativos, sino más bien entendiendo que la resolución del mismo, tendrá que ver en la manera de ser gestionados e, inclusive en cómo se pueden convertir en una fuente de aprendizaje y crecimiento.

 

Como ya se ha señalado, cuando desde el hogar intentamos generar una sana convivencia debemos enseñar y vivir en coherencia, es decir, podemos tener un desacuerdo con otra persona sin agredirla, poner límites ante conductas violentas, como aceptar y reparar un daño o dolor que causamos desde la empatía y la responsabilidad. Esto sin lugar a dudas, no es fácil, pues supone un trabajo sistemático diario. Autoras como Sara Cobb (2013) proponen elementos como la narrativa familiar; es decir, las historias que contamos sobre nosotros y sobre el otro, tienen un rol central en la construcción de relaciones saludables. Por lo tanto, sembrar la paz desde la familia significa revisar nuestras narrativas, sanas heridas y apostar por modelos de relación más horizontales y amorosos.

 

Para el desarrollo de actitudes y conductas que promueven valores como el respeto, la tolerancia, el diálogo y la resolución no violenta de los conflictos, es fundamental:

 

  1. Fomentar la comunicación activa empática y no violenta: La comunicación no violenta (CNV), desarrollada por Marshall Rosenberg, propone que las familias puedan expresar sus necesidades sin juicios, lo cual previene la violencia relacional desde la infancia (Rosenberg, 2015). Es decir, debemos enfatizar a fin de mejorar la comunicación mejorar la convivencia entre padres e hijos basados en la escucha activa, validación emocional y respeto mutuo.
  2. Educar con límites firmes pero afectivos: Posiblemente los estilos parentales autoritarios o negligentes tienden a generar reacciones violentas o retraimiento en los niños. Cuando optamos por estilos democráticos, es decir que combinan firmeza y calidad, se promueven habilidades sociales y de resolución de conflictos (Baumrind, 1991; Musiti &Garcia, 2024).
  3. Corresponsabilidad en trabajo de cuidado de hombres y mujeres: El reconocimiento del trabajo de cuidado, tanto en lo emocional como en lo cotidiano, es parte de la pedagogía de la paz en el hogar (UNESCO; 2021). La distribución equitativa de responsabilidades emocionales y domésticas en la familia, es fundamental para la promoción de la cultura de paz y base para una sociedad democrática.   Entendemos bajo esta perspectiva, que la familia tiene el poder de interrumpir ciclos de discriminación en medida que se promueven valores de equidad y justicia desde la primera infancia (UNESCO, 2022)

 

3) Reconocer y gestionar las emociones

Aprender a identificar lo que sentimos es importante y mucho más, apoyar a nuestros niños y niñas a que puedan hacer el mismo ejercicio; es un factor clave para prevenir respuestas violentas y promover la auto regulación. Enseñar a los hijos a reconocer, nombrar y gestionar sus emociones desde temprana edad promueve relaciones más saludables y resilientes (Goleman,2021).

 

4) Identificar la Crisis como una oportunidad para el crecimiento familiar

John Paul Lederach señalaba que los conflictos cuando son gestionados desde el respeto, pueden ser momentos privilegiados para la transformación relacional.  Para el autor, el ámbito familiar permite reconstruir acuerdos, resignificar roles y cultivar una cultura de paz cotidiana (Lederach, 2003).  En otras palabras, en lugar de intentar evitar, reprimir, esconder o invisibilidad los conflictos familiares, hay que identificarlos y encararlos como una oportunidad de aprendizaje y mejora de la relación.  Estos eventos pueden constituirse en una herramienta para fortalecer vínculos, revisar patrones y promover cambios positivos en la familia.

 

A modo de conclusión: La urgencia de crear comunidades de paz

Como ha sido abordado a profundidad en este artículo, la construcción de una sociedad más pacífica requiere fundamentalmente un trabajo con las familias, entendiendo de forma consciente su incidencia en este campo; sin embargo, esta responsabilidad no sólo puede o debe recaer en este espacio, se requiere la participación del sistema educativo, medios de comunicación, iglesias, gobierno, que promulguen estos valores basados en la comunicación activa y en la empatía.

 

Desde mi experiencia personal como madre, mujer, docente profesional, mediadora comprometida con el tema, sigo sosteniendo que la verdadera transformación social que añoramos o soñamos como sociedad, no solo tiene que ver con la denuncia directa de la violencia que observamos fácilmente, sino que debemos hacer una reflexión sobre las formas de violencia invisibilizadas que forman parte de la estructura que nos sostiene. Por eso, desde la reflexión de la familia, es importante mirar hacia adentro de ellas, analizando nuestras palabras, nuestros actos cotidianos, la forma de relacionamos en pareja y con nuestros hijos.  En definitiva, sembrar en casa no es un ideal irreal o ingenuo, sino una estrategia transformadora. Silenciosamente las semillas de la paz o la violencia se incuban en el hogar.

Dra. Gabriela Moreira Aguirre

Decana de la Facultad de Ciencias jurídicas y Políticas de UTPL. Titular de la Cátedra UNESCO de Cultura y Educación para la Paz. Doctora por la Universidad de Granada en Paz, Conflictos y Democracia.  Licenciada en Ciencias de la Educación. Abogada de los Juzgados y Tribunales de la República del Ecuador.

dgmoreira@utpl.edu.ec