LAS EMOCIONES: SU GESTIÓN Y EL PAPEL DE LA FAMILIA

Las emociones son respuestas psicológicas y fisiológicas que ocurren ante estímulos internos o externos y que nos permiten reaccionar y adaptarnos a diferentes situaciones. Estas respuestas involucran una combinación de factores como pensamientos, sensaciones corporales, expresiones faciales, cambios hormonales y comportamientos observables. Las emociones son esenciales para la supervivencia y el bienestar, ya que nos ayudan a interpretar el mundo, tomar decisiones y comunicarnos con los demás. Son una parte integral de la experiencia humana, que influye en nuestras decisiones, relaciones y bienestar general.

Pero, ¿cómo se generan y regulan las emociones? ¿Qué papel juega la familia en el desarrollo de la capacidad para manejar las emociones desde la infancia? Este artículo explora brevemente el cerebro emocional, la importancia de la regulación emocional y el rol crucial que desempeña la familia en este proceso.

 

Una mirada al cerebro emocional

 

El cerebro humano es un órgano complejo compuesto por múltiples estructuras y sistemas que interactúan para producir, entre otras, respuestas emocionales. A continuación, se destacan algunas de las estructuras cerebrales más relevantes en el procesamiento emocional.

 

Situada en lo profundo del lóbulo temporal, la amígdala cerebral es conocida como el centro de las emociones, especialmente del miedo y la ira. Esta pequeña estructura se activa en situaciones de amenaza, preparando al cuerpo para la respuesta de «lucha o huida». Además, la amígdala es crucial para la formación de recuerdos emocionales, lo que nos permite aprender de experiencias pasadas.

 

Un área del cerebro conocida como corteza prefrontal, situada en la parte frontal, es responsable de funciones cognitivas superiores, como la toma de decisiones y el control de impulsos. Desempeña un papel clave en la regulación emocional, ayudando a moderar nuestras reacciones emocionales y a considerar las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones.

 

Involucrado en la formación de la memoria, el hipocampo trabaja en conjunto con la amígdala para consolidar recuerdos emocionales. Esta interacción es vital para aprender de experiencias previas y para adaptar nuestras respuestas emocionales en el futuro.

 

Por otra parte, el sistema límbico incluye la amígdala, el hipocampo y otras estructuras, y es fundamental para la integración de emociones con procesos fisiológicos y cognitivos. El sistema límbico actúa como un puente entre nuestras emociones y nuestras respuestas físicas, como el aumento de la frecuencia cardíaca en situaciones de estrés.

 

Sustancias químicas como la serotonina, la dopamina y la norepinefrina -conocidas como neurotransmisores- juegan un papel crucial en la modulación de las emociones. Por ejemplo, la dopamina está asociada con la sensación de placer y recompensa, mientras que la serotonina tiene un impacto significativo en el estado de ánimo y la ansiedad.

 

Aunque puede resultar complejo comprender la importancia, función e interrelación de estas estructuras cerebrales, dado que a nuestra experiencia consciente “le basta” con saber si estamos tristes, alegres, enojados, etc., lo importante es entender que experimentar emociones no es una elección, sino una condición humana. Por ello, cuando se nos pide ser “racionales”, se está intentando dejar de lado un componente esencial de ser seres humanos: ser emocionales.

La importancia de la regulación emocional

Pero no por lo indicado anteriormente podemos dejar nuestras emociones a la deriva. Por el contrario, la capacidad de regularlas es fundamental para el bienestar mental. La regulación emocional implica la habilidad de manejar y responder adecuadamente a las emociones, de manera que se minimicen las respuestas desadaptativas y se promueva el bienestar. La regulación emocional tiene impacto en muchos ámbitos de la vida diaria.

 

Una regulación emocional deficiente está asociada con una variedad de trastornos psicológicos, como la depresión, la ansiedad y los trastornos de personalidad. Por otro lado, una buena regulación emocional contribuye a la resiliencia, la capacidad de superar adversidades y mantener el equilibrio emocional.

 

La habilidad para manejar emociones de manera efectiva también es crucial para el éxito en las relaciones interpersonales. Las personas que regulan bien sus emociones tienden a ser más empáticas, comprensivas y capaces de resolver conflictos de manera constructiva; pues, además, pueden “leer” o interpretar correctamente las emociones de los demás para actuar en consecuencia.

 

Por otra parte, la regulación emocional afecta el rendimiento académico y laboral. Las emociones mal gestionadas pueden interferir con la concentración, la toma de decisiones y la productividad. Por el contrario, la regulación emocional adecuada ayuda a mantener la motivación y a enfrentar los desafíos de manera efectiva.

 

El rol de la familia en la regulación emocional desde temprana edad

 

La familia juega un papel esencial en el desarrollo de la capacidad de sus integrantes para regular sus emociones. Desde el nacimiento, los niños aprenden a través de la observación y la interacción con sus cuidadores. Las experiencias emocionales tempranas, moldeadas por el entorno familiar, sientan las bases para el desarrollo emocional a largo plazo. La familia puede ayudar a la regulación de las emociones de los suyos de diversas formas.

 

Una de ellas es el modelado de conductas emocionales. Los niños aprenden a manejar sus emociones observando cómo lo hacen sus padres y otros miembros de la familia. Si los padres modelan una regulación emocional saludable, como el manejo calmado de la frustración o la expresión adecuada de la tristeza, los niños tienden a desarrollar habilidades similares.

 

La teoría del apego seguro sugiere que los niños que desarrollan un apego seguro con sus cuidadores tienen una base sólida para la regulación emocional. Un apego seguro se forma cuando los cuidadores responden de manera consistente y sensible a las necesidades emocionales del niño, proporcionando un entorno de confianza y seguridad.

 

La forma en que los padres hablan sobre las emociones con sus hijos, es decir, la forma en la que comunican sus propias emociones, también es importante. Fomentar un ambiente donde se puedan expresar y discutir las emociones libremente ayuda a los niños a entender y manejar mejor sus sentimientos. Por ejemplo, enseñar a los niños a identificar y nombrar sus emociones les proporciona herramientas para comunicarse de manera más efectiva y para regular sus respuestas emocionales.

 

Establecer límites claros y una disciplina coherente también contribuye al desarrollo de la regulación emocional. Los niños necesitan comprender las consecuencias de sus acciones y aprender a manejar la frustración y la decepción de manera constructiva.

 

Finalmente, proporcionar un entorno familiar de apoyo, donde los niños se sientan valorados y comprendidos, es esencial para su desarrollo emocional. Un entorno de apoyo ayuda a los niños a sentirse seguros al explorar y expresar sus emociones, comprendiendo así que son parte de nuestra naturaleza y beneficiosas si las manejamos adecuadamente.

 

Desarrollo de la regulación emocional a lo largo de la vida

 

El desarrollo de la regulación emocional comienza en la infancia y continúa a lo largo de la vida, aunque tiene particular importancia en la primera etapa. A medida que los niños crecen, pasan por diferentes etapas de desarrollo emocional, cada una con sus propios desafíos y oportunidades para aprender:

 

En los primeros años de vida, los niños dependen en gran medida de sus cuidadores para la regulación emocional. Los bebés y los niños pequeños no tienen la capacidad de regular sus emociones por sí mismos, por lo que necesitan la ayuda de sus padres para calmarse y sentirse seguros, como ya se ha mencionado.

 

A medida que los niños entran en la niñez, comienzan a desarrollar estrategias de regulación emocional más sofisticadas, como el uso del lenguaje para expresar sus emociones y la capacidad de esperar por gratificación. Durante esta etapa, la educación emocional y el modelado por parte de los padres siguen siendo fundamentales.

 

La adolescencia es un período crítico para el desarrollo de la regulación emocional, ya que los jóvenes enfrentan nuevos desafíos sociales y emocionales. La influencia de los padres sigue siendo importante, aunque los adolescentes también buscan apoyo emocional en sus pares. La adolescencia es un momento en el que se consolidan muchas de las habilidades de regulación emocional que se mantendrán en la adultez.

 

En la adultez, la regulación emocional sigue siendo crucial para el bienestar y el éxito en la vida personal y profesional. Las habilidades de regulación emocional desarrolladas durante la infancia y la adolescencia se refinan y adaptan a los desafíos y responsabilidades de la vida adulta, entre las que se encuentran, ahora, ayudar a regular las emociones de sus propios hijos.

 

En conclusión, la familia juega un papel fundamental en el desarrollo de la capacidad para regular las emociones desde una edad temprana. A través del modelado, el apego seguro, la comunicación emocional y el apoyo constante, los padres y cuidadores pueden ayudar a los niños a desarrollar las habilidades necesarias para manejar sus emociones de manera efectiva a lo largo de sus vidas. Y siendo parte inherente del ser humano, son necesarias, al punto de que nuestras decisiones son influenciadas por nuestras emociones, por más “racionales” que creamos ser.

 

Por ello, promover un ambiente familiar que valore y apoye la expresión y regulación emocional no solo beneficia a los niños en su desarrollo, sino que también contribuye a un entorno familiar más armonioso y resiliente. En última instancia, la capacidad de regular nuestras emociones es una de las claves para una vida plena y equilibrada, y la familia es el primer y más importante lugar donde esta habilidad comienza a formarse.

Rafael Sánchez Puertas

Licenciado en Psicología, graduado en la Universidad Técnica Particular de Loja. Máster en Neuropsicología obtenido en la Universidad de Salamanca. Doctor (PhD) en Ciencias de la Salud por la Universidad Pública de Navarra. Docente investigador del Departamento de Psicología de la UTPL.

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