CUANDO EL DOLOR ENCUENTRA COMPAÑÍA

La pérdida de un hijo es, sin duda, una de las experiencias más duras y dolorosas que podemos atravesar los padres, dado que rompe con el orden natural de la vida, porque son los hijos quienes entierran a los padres y no lo contrario. Ante una pérdida de tal dimensión, las palabras resultan insuficientes, el dolor se vuelve infinito y la sensación de vacío ocupa todos los aspectos de la existencia humana. Se es huérfano si se ha perdido a un progenitor, viudo si se ha perdido a un cónyuge, pero no existe una palabra que explique el estado en que queda una persona cuando pierde a un hijo.

El duelo es un camino difícil de transitar en soledad, pero cuando el dolor encuentra compañía, se contagia de alivio y esperanza. Compartir experiencias con quienes atraviesan el mismo proceso, permite reconocer que no estamos solos, que nuestras emociones son válidas y que la fortaleza puede surgir del apoyo mutuo. En la escucha, la empatía y la solidaridad se tejen vínculos que transforman la tristeza en aprendizaje y el sufrimiento en un puente hacia la resiliencia.

La búsqueda de un espacio de consuelo, de una persona que nos responda dudas y cuestionamientos y de un mensaje de paz, es la prioridad. En este sentido, los grupos de apoyo son fundamentales, puesto que favorecen la expresión de las emociones y ofrecen un acompañamiento solidario que marca precedentes.

Así es como nace Sanare, que desde el 2021 acompaña a madres que enfrentamos uno de los momentos más difíciles de la vida: el devolver un hijo al cielo.

¿Qué esperar de Sanare?

Como grupo intentamos ser una comunidad de acción, promoviendo actividades de reflexión, sensibilización, etc., que ayuden a las madres a mantener vivo el recuerdo de sus hijos, también, a contribuir en la construcción de una sociedad más empática y consciente de la importancia del acompañamiento en momentos de angustia, desesperación e incertidumbre.

“Se vale llorar”

Hemos encontrado la libertad para expresar emociones. Es un lugar seguro (nuestro espacio seguro), para hablar e incluso permanecer en silencio sin miedo a ser juzgadas y evitar la limitación de sentimientos que, a la larga, puede generar complicaciones psicológicas que afecten la salud física.

Emma María Martínez, psicóloga de duelos por muerte dice que: “En el camino del duelo, llorar no es debilidad, es un acto de amor. El llanto y la risa son solo la manifestación del cuerpo ante una emoción, entonces, así como reímos sin contenernos, también necesitamos permitir el llanto: es la forma en que el corazón libera lo que pesa y abre espacio para seguir viviendo. Cada lágrima honra el vínculo con quien ya no está y nos ayuda a dejar salir el dolor para que la vida vuelva a entrar.”

El generar sentido de comunidad, nos ha permitido identificarnos con otras madres a través de sus historias, que, aunque pueden ser distintas, siempre habrá algo en común, un vínculo invisible que se convierte en un lenguaje universal que trasciende las diferencias y disminuye la culpa en algunos casos.

En la parte profesional, psicólogos, sacerdotes, tanatólogos, consejeros, entre otros, han ayudado a canalizar etapas comunes como la negación, ira, negociación, depresión y aceptación, lo que permite asumir con mayor claridad y sin presiones externas.

Liliana Enciso, mamá de Pedro, comenta: “Hace casi seis años viví la pérdida más dura de mi vida, la partida de mi hijo. El dolor era tan grande que sentía imposible seguir adelante. En medio del dolor, busqué ayuda y encontré en el grupo Sanare un espacio de acompañamiento invaluable, un lugar donde descubrí que no estaba sola en mi sufrimiento. Allí, junto a otras madres, aprendí a llorar y a hablar sin miedo de mi hijo y de mi dolor”. Así es como logramos continuar con la vida y encontrar nuevas formas de significado, lo que inspira a quienes recién inician su caminar.

Romper el miedo a la muerte

Del mito

“Mi madre me contó que yo lloré en su vientre.

A ella le dijeron: tendrá suerte.

Alguien me habló todos los días de mi vida al oído, despacio, lentamente.

Me dijo: ¡vive, vive, vive! Era la muerte”.

Poema de Jaime Sabines.

La frase atribuida a Jaime Sabines es una paradoja que presenta a la muerte como una voz insistente y constante, invitando a la vida. En este contexto, la muerte no es el fin, sino la fuerza vital que, al ser escuchada repetidamente, impulsa a vivir plenamente.

En comunidad también se camina hacia allá, a enfrentar la muerte y a entenderla como el inicio y no como el fin, a construir puentes entre el vacío y la vida que sigue. Se aprende que la muerte no apaga el amor, sino que lo transforma.

Dimensión espiritual y búsqueda de sentido

El duelo, indiscutiblemente, abre interrogantes existenciales que llevan a las madres a buscar respuestas en la religión o simplemente en la filosofía de vida. En medio del dolor, Dios es cuestionado desde la vulnerabilidad humana, y surge el reproche, la duda e incluso el sentimiento de abandono del Todopoderoso que amó durante toda una vida, en el caso de los creyentes, o hacia alguna fuerza superior en el de quienes no profesan una fe concreta.

La oración como herramienta espiritual busca el consuelo cuando se camina en el proceso, lo que conlleva a buscar el sentido a lo que se está viviendo. Para algunas madres, relatar cómo han hallado consuelo en la oración o, en otros gestos simbólicos, puede convertirse en una fuente de inspiración para otras.

Testimonios transformadores

Quienes han participado en grupos de apoyo suelen coincidir en que estos espacios les devolvieron, poco a poco, la capacidad de respirar, de sonreír y de vivir nuevamente. Escuchar a una madre decir:

  • “Yo pensé que también me iba a morir, pero aquí estoy” o,
  • “Encontré una forma de llevar a mi hija siempre conmigo, en mi música, en mis pensamientos”, resulta profundamente alentador.

Estos testimonios demuestran que, aunque la herida nunca desaparece, y que al verla recordará el duelo, también permitirá hacer del sufrimiento una opción, con total libertad de elección.

Frases que reconfortan

  • El duelo no es una elección, llega solo.
  • No hay plan B, solo el A.
  • El duelo no borra el amor, lo transforma.
  • El dolor compartido encuentra alivio en la compañía.
  • El duelo no se supera, se lo sobrelleva.
  • Una pena compartida, es menos pena.
  • Llorar, limpia y sana.
  • El duelo es permanente, el sufrimiento es opcional.

“Aunque el dolor nos cambie para siempre, no estamos solas: juntas podemos transformar la ausencia en memoria, las lágrimas en fortaleza y el amor en la fuerza que nos sostiene cada día.”

El duelo es permanente, el sufrimiento es opcional.